La educación en nuestro país adolece desde hace mucho de incontable patologías, no todas de su propia biología, tras haber sido reengendrada en la década de lo noventa del el siglo pasado, con un sistema inmunológico, de suyo falible.
Un número importante de estos padecimientos , tienen un origen externo, colateral, es decir, no son propios de su estructura curricular o dimensión administrativa financiera, sino, el genuino producto de aquello que en la más amplísima plétora de curiosidades constituye parte importante de nuestra cultura del hacer; lo que algunos eufemística y folklóricamente identificamos y señalamos con la frase: “A la chilena”, es decir, a medias, en la medida de lo posible, con incongruencias o de plano, una abierta alegoría de lo absurdo [ … ].
Como en general vemos la belleza donde nos han enseñado a verla y el arte, fuente fundamental del desarrollo cultural de una nación, no goza en este país de los espacios y el prestigio formativo para instalar en los(as) pequeños (as) ciudadanos(as) que asisten diariamente a las aulas de la patria, las habilidades y valores necesarios para cultivar y preservar nuestro patrimonio cultural, en todas sus dimensiones, muchas veces nuestro entorno y su espectáculo visual, de historia e inmemorable estética, pasan desapercibidos. En contraposición, cotidianamente asistimos al penoso espectáculo de degradación de los referentes y modelos culturales a través de medios de propaganda mediáticos, muy superiores a la escuela y liceo en su impacto formativo en las personas en cuanto a su toma de decisiones, estilos de vida y conciencia social.